Por: Jorge Londoño Ariza
Periodista palmirano
jlk437@yahoo.es
Empieza la campaña para alcaldía y gobernación. Y empieza otra vez el proponente de lenguaje arcaico y monótona perorata, traída desde centro de su blancuzco quepis: ¡Hay que acabar con los pobres del Valle del Cauca!. Argumentos seudoestadísticos, sin razonamientos que desnuden las colijas que produjeron la desgracia de quienes pretende defender. Sus campañas siempre han parecido cruzadas nunca debate público, sobre los faltantes de bienestar de los ciudadanos, vistos como ciudadanos, no como feligresía. Discursos que esconden los perjuicios del modelo económico y disfrazan los indicadores sobre la precaria calidad de vida de sus dirigidos, desconociendo las denuncias divulgadas sobre la gangrena gubernamental de su gobierno. Se molesta por quienes no son los repetidores del elogio que le encanta.
Sus aglomeraciones políticas las organiza como rebaños, no como sociedad civil; quiere audiencias en donde no se mediten los atropellos del salario mínimo, que en Colombia, es una paga para solteros, nunca un sustento para la unidad familiar. Monólogos (vococentrismos) que desconocen el ciudadano propuesta y dejan de lado la angustia de padres de familia, preocupados por los altos costos de la recreación de sus hijos los fines de semana.
Empieza la campaña, el Pinocho vociferará otra vez sobre la necesidad que él mismo ocasionó durante tantos años, haciendo de lado las políticas públicas que de fondo revelan los graves problemas de los electores, que se acostumbraron a sus apasionamientos, a razón de sus mentiras mesiánicas, que le resultan rentables para su patrimonio: ¡yo soy el redentor de los pobres de Palmira!.
Para este patético candidato, los escuchas son aldeanos, no ciudadanos; y sin son ciudadanos, en sus discursos los señala como parroquianos víctimas, para ofrecerles una solución que jamás llegará, porque al fin y al cabo es la propuesta de un profesional de la mentira.
Él sabe que sobre un ciudadano ignorante en estados financieros, prevalece la invisibilidad de la corrupción; esos ciudadanos para él no son civilización, son carnicería, guetos clientelistas, que se destrozarán por el caudillo, que de ser descubierto por los niños, sería un pésimo ejemplo moral para la sociedad de la escuela.
El candidato del blancuzco quepis, se cree de mejor familia para predeterminar las reglas de su entorno: ¡Yo soy el jefe de la ignorancia, yo soy el que piensa por ustedes, yo soy el que está en el poder!.
Empieza la campaña, otra vez aumentarán las mentiras y en aprietos estará el troquelador de la madera, para que no sea tan grande la narizota de esta elaborada figurilla. El indefenso matasanos del miserable hospital de los muñecos, se verá en apuros para cauterizar el peligroso olfato del monigote husmeador del erario fácil de saquear.
Él sabe como organizar una estrategia económica barata para conquistar electores, con la pretensión de adiestrarlos en la complacencia con el dolo, maniobrando la "ayudita" que lo muestre bondadoso, como a él le gusta. Las utilidades lo justifican. ¡Es la única oportunidad que tiene el feligrés aspirante a una migaja de pan!. Los insuficientes saben que este es el esquema; el candidato sabe que la palabra "pobre" cala entre los pobres, somete y permite lo arbitrario. Él sabe que por la zozobra, el auditorio ha olvidado su prontuario político suponiendo lo mismo. Él sabe, que ellos han olvidado sus campañas anteriores fingiendo acabar con la miseria, la misma que cada día brota por montones. Sólo unos pocos tendrán algo en su directorio (gobernar para los votantes es clientelismo) porque en su famiempresa, se gobierna con la limosna, nunca con una agenda para la comunidad en general.
Diciembre 19 de 2006