Por: Jorge Londoño Ariza
Periodista y escritor colombiano
Palmira - Valle
jlk437@yahoo.es
No podemos presumir de ser buenos padres con el dinero para nuestros hijos, oprimiendo a otros para lograrlo.
Se ha puesto de moda el justificar la corrupción en cada una de las áreas de nuestra sociedad, en nombre de la familia y el futuro de nuestros hijos. Tal argumento resulta cínicamente criminal y dicha justificación claramente egoísta. Son tantos los niños que padecen enfermedades comunes y desnutrición, por causa de los atropelladores que los despojaron de sus derechos. Quienes hayan actuado así y hayan acostumbrado a sus descendientes a pensar de tan desproporcionada manera, les habrán negado la gloria y un espacio en el universo.
La estabilidad de la familia y el bienestar de nuestros hijos, no puede estar sustentado sobre las víctimas de la usura y los despropósitos de la especulación. No es sano construir sobre una opulencia precoz, ni sobre las úlceras de un padre de familia nervioso porque no le alcanza su salario para comprar los útiles escolares, ni la recreación a que tienen derecho sus niños, sólo porque otro robó sus derechos.
No se puede creer que si nuestros críos tienen vacunas costosas y un frasco de compotas a tiempo, sin importar el dolor de los demás, somos excelentes papás y estamos exonerados del juicio elemental de la conciencia; aquella que dictará su sentencia sobre el cadáver del acaudalado egoísta, que un día se negó a compartir y echó mano de la indiferencia para creerse autosuficiente y bueno sólo con los suyos. Los desafortunados no tienen porque pagar los sobrecostos de la codicia, para que un embaucador viva bien con sus parientes e hijos, mientras en su discurso proclama la reivindicación de los pobres.
Si los niños tuvieran la facilidad de expresar su opinión ante los padres que actúan así, con toda seguridad repetirían la frase del ilustre pensador Rafael Torero: ¡No en nombre de nosotros!
Nuestros descendientes no deben pasar por el bochorno de ser herederos facilistas de una seudodemocracia como resultado del utilitarismo y las sobreutilidades mal habidas, despojando a los que precisan de nuestro deber humanitario. Oportuno recordar a Jorge Eliécer Gaitán, aquel a quien tanto pregonan los impostores en las arengas de los monopolios: “Llegan a la vida pública favorecidos por el privilegio. Una gran herencia que ellos nunca laboraron, que muchas veces son el resumen de incontadas injusticias; que los coloca en un grado de superioridad social lejos de todo mérito, de toda inteligencia y de toda buena voluntad”.
Se ha puesto de moda el justificar la corrupción en cada una de las áreas de nuestra sociedad, en nombre de la familia y el futuro de nuestros hijos. Tal argumento resulta cínicamente criminal y dicha justificación claramente egoísta. Son tantos los niños que padecen enfermedades comunes y desnutrición, por causa de los atropelladores que los despojaron de sus derechos. Quienes hayan actuado así y hayan acostumbrado a sus descendientes a pensar de tan desproporcionada manera, les habrán negado la gloria y un espacio en el universo.
La estabilidad de la familia y el bienestar de nuestros hijos, no puede estar sustentado sobre las víctimas de la usura y los despropósitos de la especulación. No es sano construir sobre una opulencia precoz, ni sobre las úlceras de un padre de familia nervioso porque no le alcanza su salario para comprar los útiles escolares, ni la recreación a que tienen derecho sus niños, sólo porque otro robó sus derechos.
No se puede creer que si nuestros críos tienen vacunas costosas y un frasco de compotas a tiempo, sin importar el dolor de los demás, somos excelentes papás y estamos exonerados del juicio elemental de la conciencia; aquella que dictará su sentencia sobre el cadáver del acaudalado egoísta, que un día se negó a compartir y echó mano de la indiferencia para creerse autosuficiente y bueno sólo con los suyos. Los desafortunados no tienen porque pagar los sobrecostos de la codicia, para que un embaucador viva bien con sus parientes e hijos, mientras en su discurso proclama la reivindicación de los pobres.
Si los niños tuvieran la facilidad de expresar su opinión ante los padres que actúan así, con toda seguridad repetirían la frase del ilustre pensador Rafael Torero: ¡No en nombre de nosotros!
Nuestros descendientes no deben pasar por el bochorno de ser herederos facilistas de una seudodemocracia como resultado del utilitarismo y las sobreutilidades mal habidas, despojando a los que precisan de nuestro deber humanitario. Oportuno recordar a Jorge Eliécer Gaitán, aquel a quien tanto pregonan los impostores en las arengas de los monopolios: “Llegan a la vida pública favorecidos por el privilegio. Una gran herencia que ellos nunca laboraron, que muchas veces son el resumen de incontadas injusticias; que los coloca en un grado de superioridad social lejos de todo mérito, de toda inteligencia y de toda buena voluntad”.
La filantropía familiar no exonera a los megaavaros del atropello, ni les consentirá esconder la codicia y lo perverso de lo contable. La sensatez del conocimiento que le permite a un ser humano discernir entre lo bueno, lo malo y lo eterno, no nos dejará escapar al juicio y la sensibilidad de lo correcto. Quien actúa con premeditación, siente la denominación de cuanto sabe: Agiocicateros: Egoístas del sector financiero o prestamistas amangüalados con los gobiernos y congresistas, que legislan ventajosamente para los dueños de la moneda. Megacobradores: Quienes disfrutan por manejar un monopolio privado de obligatorio consumo. Costofabricantes: Quienes producen artículos de primera necesidad y alimentos de industria que jamás bajarán de precio, así haya materia prima y mano de obra barata. Costomonopolio: Empresa que se lucra, amparada en la legislatura que ellos mismos sobornaron. Los Megatetras: Son aquellos que además de robar los tributos de la comunidad, negocian los impuestos con otros y aceptan el soborno de quienes ordenan leyes, sin importarles las protestas de los indefensos ciudadanos.
Estas son las sentencias de la dictadura convencional de la palabra, de la que ya no podremos zafarnos porque ya forman parte de nuestro raciocinio. La historia se encargara de recordarlo y nuestros descendientes lo sabrán. Así lo ha nominado el Verbo hasta el fin de los tiempos, hasta el final de la vida, cuando se demostrará que todo atropello, de nada le habrá servido al engañador.